lunes, 10 de noviembre de 2014

11/08/2014


El sol suele asomarse a las siete y pico de la mañana, pero una hora antes ya está amaneciendo, y otra hora antes ya hay luz. Así que a las cinco y pico ya abro los ojos. Y cuando rompe el sol es cuando hace más frío. Y yo todavía estoy convaleciente de las fiestas de San Lorenzo y tengo un frío de cojones. No puedo esperar a que salga el sol para descongelar mis huesos, así que tras una hora de hacerme el remolón, me levanto y recojo el chiringuito con rapidez. Aunque el movimiento calienta un poco mi cuerpo, el  sueño y el cansancio post-resaca lo noto con fuerza. 

Al estar en el pico del monte, enseguida llegan los primeros rayos de sol. Pero estoy bajando la montaña, por estas carreteras boscosas donde el sol no llega y no calienta, y necesito un café con urgencia. 

Biel es de esos pueblos formados por cuatro casas de piedra, de calles estrechas y empinadas, según la línea de la montaña. Aquí, los únicos que madrugan son los que van al campo, pero los que trabajan en el mismo pueblo se levantan cuando les apetece. Normal, no habiendo clientes potenciales más que la tía Paquita o el tío Antonio, a quién le importa a qué hora abra mi negocio. Negocio que podría ser el jo-di-do único bar del pueblo!!! 

Llorando de frío llego al siguiente pueblo. Joder, una hora bajando la montaña sin poder disfrutar del paisaje. El bar está abierto pero dentro no hay más que un viejo leyendo concienzudamente el periódico. Me siento y espero, ya llegará alguien. Pero por aquí no aparece ni el Tato.

Las indicaciones por la carretera son bastante escasas, pero consigo llegar a Tudela y beberme unos vinos en el casco antiguo. No tengo tiempo para más. En el bar "La Magdalena" intercambio unas palabras con Gerónimo, cincuentón de Bilbao y propietario del local. Se interesa por mi viaje y me cuenta el que hizo, hace tiempo, con su moto por Marruecos, Argelia y Túnez. Me desea buena suerte y me invita al café.

Para saber qué dirección tomar por estas carreteras del señor, me apunto en una hoja el orden de los pueblos que tengo que ir pasando. Pero a veces esta lista no incluye otros pueblos y aldeas por las que voy cruzando y me despisto. Me paso una hora dando vueltas por la periferia de Tudela hasta llegar por fin a la carretera hacia Soria. Me indica un gasolinero que me ha visto ir y venir por la avenida, de una rotonda a otra, durante una hora.



Al llegar a la provincia de Soria, dejo atrás los viñedos navarros y cruzo cientos y cientos de campos de girasoles. Diríase que Soria abastece de pipas a medio mundo.









Por algún extraño e inexplicable motivo, los girasoles ejercen un cierto magnetismo sobre mí y me invitan a pasear entre ellos. Este lugar sería perfecto para corretear tras una muchacha.

















Este parece un buen sitio para pasar la noche. Estoy en lo alto del monte, cerca de Nódalo, en medio de un coto privado de caza.




A la mañana siguiente, ahí abajo, pasturaba un ciervo.









Aquí monté el campamento, totalmente al pairo, sintiéndome como un alpinista en la cumbre del Everest. Por la noche reconozco algunas llamadas de animales que desconozco, pero que ya me son familiares.



El suelo ya no me parece duro.









3 comentarios:

  1. Preciosas fotos. Bonitos paisajes.

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  2. Vaya. Me tienes y intrigada.
    Por cierto, no sé cómo aguantas dormir en el suelo. Dices que tenías ya un truquillo. A ver si me dices cuál es.

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    1. El cuerpo se adapta poco a poco a la "comodidad" del suelo :)

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