lunes, 10 de noviembre de 2014

03/08/2014


Tras pagar la habitación me doy una vuelta por Calanda. Ahora me doy cuenta de que si quiero visitar algún pueblo o ciudad, si no tengo dónde dejar el equipaje, no podré patear la zona si no es con la mochila a cuestas o sobre la moto.

Hasta Móra d'Ebre los pueblos que cruzo son muy bonitos, pero se nota que ya estoy en Cataluña y no en Aragón porque los cafés y las cervezas son entre un 30-50% más caros, así que se acabó detenerme en cada melonar a fumarme un cigarrillo con una caña y unas olivas.

En esta carretera hay mucho tráfico y le pisan al acelerador. La carretera es estrecha y de dos carriles (ida y vuelta), así que, aunque vaya a 70km/h con la moto, noto la presión de la fila de coches que se me forma detrás porque es difícil adelantarme. La presión me obliga a ir bien sujeto entre tantas curvas y  puertos de montaña que subo a 50km/h para desesperación de los vehículos que me siguen.

Asesorado por un lugareño, llego al cementerio de Ruidecols. No lo había pensado, pero es un buen sitio para dormir esta noche. Los muertos no molestan y, si algún vivo pasa por aquí, será adrede y no por casualidad, así que aquí me planto para pasar la noche. Los grillos y las ranas son mi nana esta noche.



Puerta principal del cementerio de Riudecols.


Aquí planté el campamento, protegido por el muro.




Mis vistas por un lado.


Mis vistas por el otro lado. Temí que a lo largo de la noche fuera a llover, pero tuve suerte y no cayó ni una gota.




Mi cena (este menú se repetirá más veces, bien con aceite de oliva, con tomate o picantes).















2 comentarios:

  1. Se aprende de la experiencia. De momento un lujazo.

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  2. Lo del cementerio me habría dado un poco de yuyu. Soy un poco paranoica. Y la comida pues... Qué remedio.

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