lunes, 10 de noviembre de 2014

22/08/2014


Nada más levantarme me dirijo a las Tablas de Daimiel a dar un paseo. De buena mañana me pierdo por los bosquecillos que hay entre los humedales, en pequeños islotes de tierra unidos por puentes de madera. 













El ritmo de vida por aquí tiene que ser muy lento.











Un día espléndido para pasear.











Paseando por el bosquecito de Tarays (Tamariscos).









Como no me he tomado el café y todavía estoy adormilado, aumenta mi sensación de ir caminando por un bosque encantado.








Lo mejor de todo: no había ni un alma. Quizá por eso tampoco habían colillas por el suelo.








Y al final del camino: un majano. Los labriegos apartaban del camino las piedras que les molestaban y las iban amontonando hasta hacer estas pequeñas joyas arquitectónicas. Las piedras están unas sobre otras al peso, sin cementos ni argamasas que las sujeten.




Centro de rehabilitación de patos.











Esto es lo que me encontré en Valdepeñas:














Hoy el día parece bucólico y colorido. Y el embalse de Giribaile, rodeado todo de olivos, parece un lugar espectacular donde pasar la noche. Un chapuzón  y a disfrutar del atardecer con un buen peta de marihuana y un chupito de orujo.












El suelo es tierra seca, dura y compacta, y el cuarteado por la sequía es estrecho, con lo cual puedo pasar con la moto sin problemas. Y a menos de diez metros tengo el agua fresca y cristalina, invitándome a refrescarme un rato. Estoy rodeando el pantano por el desierto, como si fuera un oasis. El agua es dulce, así que no dañará la moto si los bajos y las ruedas se mojan un poco. Es más, se lavarán y todo.
Estoy alcanzando el momento cubre del día, pensando en el instante YA MISMO cuando llegue a la orilla de la playa a lomos de mi corcel y el agua salpique y refresque mi bronceado cuerpo y según me voy acercando, la moto va decelerando y el suelo húmedo se abre bajo mis pies como si Moisés y el Mar Rojo y de pronto la moto ahí se queda, trabada, y no avanza un  centímetro.
Al principio no me doy cuenta de dónde me he metido, pero cuando bajo un pie al suelo húmedo y viscoso, y queda succionado con fuerza hasta el tobillo, inmovilizándome, me doy cuenta de dónde coño estoy. El suelo ya no es firme. Estoy rodeado de fango y la moto metida hasta lo que da sus jodidos ciento poco kilos que pesa la condenada, hasta la mitad de las ruedas. ¿Os creéis que un mindungui como yo puede mover eso? Pero, ¡¡si casi no puedo ni salir de ahí por mis propios pies!!





La foto está chula, eh!!

Soy un flipao y un gilipollas. Quién me mandaría a mí. La moto no avanza ni hacia adelante ni hacia atrás, ni acelerando ni en punto muerto. Según hago cualquier movimiento, la moto se hunde un poquito más en el lodazal. No hay maderas para poner bajo las ruedas y salir de allí, sólo olivos y ramas secas. Ramas que troceo y preparo tras quitar con las manos todo el fango que rodea las ruedas y así facilitar un poco el camino de salida, pero ni por esas.
Echo gravilla y piedrecitas que encuentro por ahí para asentar un poco el suelo, pero no hay nada que hacer. No sé qué coño hacer para sacar la moto de aquí. Y encima está ya atardeciendo y esto se está infestando de mosquitos. ¡Coño, estoy en un pantano! ¡Dejarán de haber millones de mosquitos!


No pude salvar mis zapatos...


El tipo de la grúa es muy majo y me confiesa que no soy el primer pringao al que saca de aquí por el mismo motivo. De hecho, hasta a él mismo lo tuvieron que sacar de aquí una vez.

Con las sandalias, los pantalones arremangados un palmo, los brazos, la cabeza y toda mi ropa puesta llena de barro, entro en el primer hostal que encuentro, esperando que en recepción no se asusten al verme y que les quede una habitación. Habitación con cama, ducha y servicio de lavandería.


2 comentarios:

  1. Bueno, este contratiempo -que debió ser duro (o más bien blando) en el momento- se suma a los que tuviste que pasar anteriormente y que superaste para el bien tuyo y el de tus lectores jajaja.

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  2. Y qué sería todo sin estas aventurillas.

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