lunes, 10 de noviembre de 2014

07/08/2014 y 08/08/2014

Costean - Alquézar - Huesca

Sin prisas llego hasta Alquézar, sin saber que estoy en Alquézar hasta que le pregunto a uno dónde coño estoy. Pueblecito de postal, de esos bonitos, que tira p'alante gracias al turismo francés y a que es un paraíso para barranquistas, escaladores y alpinistas. De no ser por esto, este pueblo seguiría abandonado como ya lo estuvo durante muchos años. Es un pueblecito medieval, de esos por los que no pasa el tiempo, con casas de piedra y teja y calles empedradas y peatonales. Míchel me llama por teléfono, por si me he perdido o me ha comido un oso. Me espera en la fonda donde trabaja cocinando en las brasas, la Fonda Narbona (donde voy a dormir). Hacía por lo menos trece años que no nos veíamos y parece que fuera ayer. ¡Qué gusto da tener a gente así en la vida! Pensaba que nunca más volvería a verlo y en diez minutos ya estamos como estábamos, bebiendo cervezas e hinchándonos a porros, seguramente como hicimos el último día que nos vimos. Esto es como un viaje en el tiempo. ¿Quién fue ese que dijo: Decíamos ayer...? 

Por la tarde, Míchel tiene que trabajar, así que me voy de cervecitas mientras paseo por este pueblo medieval. Cuando lo paso a buscar por la noche, ya voy medio pedo. Cenamos y nos bebemos una botella de vino de Somontano y unos copazos de orujo de hierbas. Tras cenar, junto a su novia Raquel, nos vamos a un mirador y nos bebemos unas botellas de sidra, rematándome. Vomito tres veces y Raquel me lleva a rastras al Hostal, a mi habitación (la 111), donde me quedo frito en cuestión de segundos. Eso sí, a lo largo de la noche me levanto a beber veinte veces y veinte veces que la vomito. Qué malito estoy, por dios. ¡Pero qué ganas tenía de ponerme así, pardiez!




Primera impresión de Alquézar. Parece sacado de la factoría Disney.



Alquézar desde lejos.








A la mañana siguiente tengo una resaca de esas que no recordaba y el Ibuprofeno está en la moto, ¡maldita sea! Bebo agua, deshidratado, y la vomito. Me ducho, bebo más agua y la vuelvo a vomitar. Bajo a desayunar un café con leche y una magdalena y mi estómago empuja hacia arriba lo que acabo de ingerir. No tengo el WC a mano, así que salgo por la puerta de servicio, al lado de la barra, y echo las papas en el empedrado suelo de tan bonito pueblo. Ahí se quedan los restos hasta que el camarero, fregona en mano, arregla el estropicio (yo no quería...). Pero Míchel tiene la receta perfecta para sudar la resaca: ¡¡nos vamos al monte a recoger leña!! Y luego la descargamos desde la furgoneta hasta el patio del hostal. ¡Su puta madre! Creo que me he ganado el plato de comida.

Después de comer intento sestear en los sillones de recepción, pero Míchel me coge de la pechera y me lleva al Pozán de Vero a darnos un chapuzón. Con tanta energía que tiene y tan poca que tengo yo, cualquiera le rechista.



Me temía que el agua estuviera helada, pero la temperatura era perfecta.











¡Baño de rigor y adiós resaca de la muerte!


Míchel y yo en una foto pseudo gay.















En cuanto Míchel termina de trabajar, cenamos y salimos disparados hacia Huesca, él en su furgoneta y yo detrás con la moto. Unos 50 km por la oscuridad de la carretera y llegamos a su casa. Míchel y Raquel (que no ha podido venir) viven en una casa okupada. Llegaron hace unos meses de una forma un tanto rocambolesca y poquito a poco la van arreglando y haciéndola más acogedora. Nos fumamos unos porrillos, nos bebemos unas cervezas, recordamos viejos tiempos y nos ponemos al día de nuestras vidas. Y casi a las tres de la madrugada nos acostamos. Mi cama es el sofá.









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